Aquel viernes 25 de Octubre de 2019, sin saberlo, habíamos aumentado la familia.

Chico, a pesar de su nombre provisional, llegó para quedarse. No lo pareció en el momento en el que apareció en nuestras vidas, agazapado debajo de un palet húmedo por las fuertes lluvias de las últimas semanas. Y mucho menos cuando el veterinario nos dijo que era positivo en Leucemia.

Pero el hecho de que un gato negro apareciera debajo de un palet de madera necesariamente tenía que significar algo. Aunque no estuviera del todo sano, ni fuera todo lo fuerte que tenía que ser un cachorro para poder sobrevivir tras pasar unos cuantos meses malviviendo – y sobreviviendo – solitario en las calles de un polígono industrial.

De todas formas, no podíamos quedárnoslo. Ya teníamos a Iko y a Páris y el riesgo de contagio de su enfermedad nos daba suficiente miedo como para plantearnos solicitar ayuda o que alguien lo acogiera. Alguna protectora, algún catlover sin gatos o con gatos ya con leucemia. Recuerdo esa tarde de viernes, más fría de lo normal, no sé si por la temperatura o por los nervios y ansiedad que me recorrían todo el cuerpo.

UNA TARDE DE MIL LLAMADAS Y TRES MIL MENSAJES

Comenzamos a buscarle un lugar donde quedarse, algún sitio seguro donde pudiera vivir el tiempo que su enfermedad le permitiera. Volví a mirar la caja de cartón en la puerta del veterinario mientras esperaba que una protectora u otra nos contestara. Se revolvía juguetón y tranquilo. Me acerqué a él y estiró su cuello hasta rozar su frente con la mía y comenzamos un baile de cabezazos y caricias que de repente, me quitó el miedo. ¿Y si Chico fuera un mensaje?

Sí, sé que os pareceré una loca, pero cualquiera que conozca mi historia sabrá que es imposible desligar la aparición de Chico bajo aquel pedazo de madera, de Ringo. Eran tan parecidos, tan mimosos y conectamos tan rápido que… no pude evitar que por mi cabeza apareciera mi primer gato negro intentando mandarme un mensaje. “Idoia, esta es tu segunda oportunidad”.

En aquel momento me dio igual cuánto sobreviviera. Simplemente nos esforzaríamos para que lo que fuera, lo hiciera feliz. Comenzamos a movernos. Sí, no podíamos meterlo en casa pero… ¡El taller! Hablé con urgencia con mis compañeros de taller y les comenté la situación. Cogimos el coche e hicimos en una de las salas de la nave industrial donde tenemos FeelWood BCN un campamento base humilde, pero suficiente. Utilicé la primera cama que hice para Ringo y tenía guardada en el taller a modo de reliquia, la envolvimos de uno de los forros polares que utilizo para trabajar, uno de los rascadores que tenía como stock para el We Love Cats se convirtió en su nuevo rascador y utilicé una de las bandejas del Arenero Tramuntana llena de serrín para que pudiera hacer sus necesidades. Nos fuimos a casa deseando que se adaptara al taller y sobre todo, que no pasara demasiado frío.

¿Y SI FUERA UN MENSAJE DE VERDAD?

Y como Ringo había parecido decirme, Chico resultó ser un mensaje. Comenzó a mejorar, a ganar fuerza, a crecer y a jugar. Pasó de caminar a duras penas y cojeando a saltar, a cazar el pequeño juguete de caña que le hicimos, a perseguirme por el taller… al poco tiempo, el veterinario nos dio la mejor de las noticias. La leucemia había sido un falso positivo. Tenía algún problema añadido como algún indicio de PIF que si en un tiempo no daba síntomas, pudiera ser también una falsa alarma.

Y así pasaron los días. Iba cada día al taller para verlo y jugar un rato con él. Tuviera que ir o no, fuera festivo o puente, me reservaba unas horas de cada día para pasarlas con él. Y fuimos uniéndonos. Y conectando. Como si hiciera muchísimo más tiempo que nos conociéramos. Como si Chico no fuera la primera vez que compartía vida conmigo.

Domingo 5 de enero, día antes de Reyes.

 

Chico lleva ya casi dos meses en el taller. Es un bicho cariñoso que aparentemente, no ha presentado ningún síntoma. Es el momento de llevarlo a casa, después de muchas noches debatiéndonos sobre qué es lo mejor. Lo hemos decidido así. Adoptamos a Chico en casa.

Llevábamos ya unos cuantos días trayendo una manta de Chico a casa e intercambiándola por las de Páris e Iko, que la han olido siempre con curiosidad. Deben estar acostumbrados porque yo debo oler a él constantemente. Chico también ha tenido que olerlos a ellos. Lo introducimos en el transportín y sin demasiados dramas, montamos en el coche y subimos casi temblando los dos pisos que nos llevan hasta casa.

Aprendimos la lección en la presentación de Iko a Páris y la teoría estaba clara: estancias separadas, hacerlo poco a poco, que se huelan a través de las estancias, etc.

SIN EMBARGO, ESTA FUE LA REALIDAD DE LA PRESENTACIÓN

Entramos sin demasiados aspavientos, abrimos la puerta del estudio y esquivamos a los gatos para meter de momento allí a Chico, separado del resto para darles tiempo a que se huelan y se conozcan con distancia. Abrimos el transportín y Chico sale decidido a olfatear y hacer el primer reconocimiento de la habitación cuando de repente… ¡Ala! Entre el transportín, la comida de Chico y la bandeja del arenero mi movimiento de culo contra la puerta no había sido lo suficientemente fuerte como para cerrarla. Cuando me doy cuenta Páris e Iko están en el estudio y miran a Chico que se resguarda contra el armario. Se acercan lentamente… se miran… se olfatean… ¡Y a correr! Iko es el primero en soltar el bufido y Chico sale despavorido del cuarto, recorriendo el pasillo y yendo hasta la cocina, Páris le sigue e Iko maúlla.

Os explico lo que hemos aprendido de Chico. No sabe lo que es el miedo. Es él que le bufa a los otros dos gatos, que le sacan cuatro o cinco kilos de peso. Se ha adueñado de la cama de matrimonio y cuando Páris e Iko se acercan les bufa hasta que se van. Páris parece resistir el miedo, pero el pobre Iko no sabe muy bien cómo acercarse. Él también es muy juguetón y parece que quiere jugar con el pequeño, pero Chico no está por la labor. Al menos, de momento. Con nosotros es muy cariñoso y se ha adaptado perfectamente a la casa. Son de momento Páris e Iko los que se apartan para que él campe a sus anchas por el pasillo y ha conquistado ya además de la cama, uno de los rascadores. Aunque Iko posee todavía un parque de pared y Páris, más diplomática, lo usa todo siempre que uno u otro no estén mirando.

 

Unos cuantos bufidos después y todo ya más calmado, juego con Chico sobre nuestra cama. Iko y Páris le miran con extrañeza, sin saber exactamente si aquella manta que han estado oliendo se ha convertido en gato por arte de magia o si lo que significa este ser pequeño negro como el tizón, es que tienen un nuevo hermano. Lo que no saben es que para ellos Chico es una sorpresa, algo nuevo que acaba de llegar y que tendrá que ganarse su sitio en casa.

Pero para mí no. Para mi es una segunda oportunidad, Chico ha venido con un mensaje bajo el brazo para mi y pienso tomármelo en serio.