Ringo, hoy hace una semana que volaste. No voy a hablar de cómo fue porque eso no se me olvidará jamás, sin embargo, las curiosidades que me hacen sonreír las olvido con facilidad. Sí, tengo esa maldita tendencia…. Por ese motivo, quiero dejar por escrito todas aquellas cosas que te gustaba hacer y que me hacían reír y sonreír a diario.

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Aprendiste a asustarme cuando eras un bebé de tan sólo 5 meses, jugando a esconderte en las habitaciones del pasillo y saltándome a la pierna cuando pasaba. Entendí que los gatos no digieren la leche de vaca después de dos vómitos. En tu nueva casa, hacías el saludo al sol cada mañana y también allí te vi las pupilas más pequeñas que nunca. En Parlament, recorrías la casa buscando el rectángulo de luz que estaba en el mismo lugar cada día a las 12h y allí te quedabas hasta que desaparecía. Más de una latita me ayudó a convencerte de que lo que estabas haciendo era peligroso, aunque creo que no lo llegaste a aprender… Te echo mucho de menos Ringo.

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¿Cómo será eso de llegar al súper sin que hayas mordido el asa de la bolsa con la que pretendía cargarlo todo? Solo podías ser tú… Echaré de menos echarte de menos en casa y, de repente, oír como bebes agua. Todavía puedo recordar tu peso pasando por encima de mí, ida, vuelta e ida de nuevo hasta aposentarte por fin y mirarme como diciendo <<mira, me quedo porque te estás poniendo muy pesada…>>. No me acostumbro a tener cosas encima de la mesa y no tener miedo a que, de repente, las tires. Nunca entendí bien si lamerme al salir de la ducha era por amor o por sed. Tu cerdito sigue perdido. Eras muy gracioso jugando al escondite con los pájaros a través de la ventana mientras hacías sonidos guturales. Yo, como tú, siempre dejo un poquito de comida en el plato y, sin embargo, me queda espacio para el postre.

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Te echaré de menos enfadado, tu remoloneo y también revolcándote por la alfombra nueva cada vez que llegaba a casa. Sé que cuando te dejaba unos días solo, me castigabas haciendo caca sobre mi cama. Te perdono. Ya no hay nadie que me siga a todas las partes de la casa, ni que me acompañe viendo la televisión, ni nadie que espere pacientemente cada mañana en la puerta del baño hasta que salgo. Ya nadie va a apoyarse en mis piernas suplicando cuando abro el salmón. Siempre fuiste de hacerte rogar… Todavía recuerdo aquellos cinco segundos de rigor que dejabas pasar entre mi llamada <> y tu llegada, que me hacían tener aún más ganas de chafarte. Cuando me marcabas y dejabas de hacerlo cuando te decía <>.